viernes, enero 20, 2012

La desnudez de los invisibles

Por Silvana Melo

(APe).- En el camino que se cayó de pronto, que se cortó como de una dentellada, le quedó escrito lo que no fue. El pedazo de futuro puesto para ella, como un multiple choice del libre albedrío: poner a andar la primavera en el aire envenenado del Doque; transformar la vida sucia de plomo y madera y chapa y escasez, en una buena vida al alcance de todos; subvertir todos los órdenes establecidos, encender las estrellas aun con el sol en pleno mandato, robarles a los poderosos el fuego sagrado para los vulnerables, para los muchos, para los tantos, para los que no se ven, ser Prometeo en la injusticia brutal del conurbano, ser, crecer e insistir con poblar el mundo de los pobres, traer niños para la rebeldía, parir para las mayorías, ser más y más, multitud de anónimos para la transformación. Todo eso podía elegir. O resignarse. Le daba opciones el destino pero se cortó de pronto, se agotó como la canilla que gira y gira pero nada brota en la siesta de enero. Se calcinó, se consumió. Se acabó como se acaba la vida en las casitas de chapa y madera de Dock Sud. Sin transformarse, la vida. Sin ser buena, sin ser digna, sin revoluciones. Así se acaba la vida incipiente.

La noticia fue brevísima en todos los medios. Apenas líneas para la mujer de 30 años y su bebé de nueve meses que dormían en la agonía de la Navidad cuando se prendió fuego la pieza de conventillo que era su casa en Dock Sud. Ahí donde las casas son de chapa y madera, se arman una tras otra, una sobre otra, en la telaraña de los cableríos por donde a veces llega la luz y otras veces se puede atrapar un chisperío que ilumine. Clandestino, marginal. Como es la vida de los que no alcanzan el vagón final. De los que siempre pierden el tren de la justicia porque el mundo que está no fue pensado para ellos. Porque los cables no fueron hechos para su luz. Ni la ciudad para su destierro. Ni el barrio para su llegada tres días atrás.

Dicen que murieron en el incendio que se desató a las seis de la mañana, seis horas después de cerradas las puertas de la Navidad. Cuando lo que podía nacer ya había nacido pero no para ellas. Apenas días atrás también hubo fuego en otras casas de chapa y madera. Pero la muerte, acaso desprevenida, esa vez no se llevó a nadie. Pero todos saben –todos- que la madera y el cablerío y el calor de diciembre se asocian contra la desnudez de los invisibles. Y esta vez fueron dos. Ella, de treinta años, y su bebé de nueve meses. Un pedacito de futuro en ciernes, pensada para resistir, para rebelar, para nacer cada día y sobrevivir en un mundo que no la incluía.

Muchas batallas tendría por delante. Nacida mujer, que no es poco. Estirando piernitas para dar un primer paso en Dock Sud. Donde el Polo Petroquímico esparce su veneno, el agua se toma con plomo y el aire quema en los pulmones. Mucha batalla la esperaba y sólo tenía nueve meses. Pero era una ficha que su madre jugaba, que su padre jugaba, que la vida había puesto sobre un damero yermo. Una ficha frágil, vela en el viento.

Dicen que ella y su madre murieron en el incendio de Navidad, entre chapas y maderas. Pero que nadie les crea. Ellas murieron de olvido, de desigualdad, de profunda injusticia. Solas y apartadas de la fiesta de los otros.

Solitas ahora irán, en alguna aurora donde lo que nazca sea bueno. Con panes tiernos a mano y un ramito del futuro que tal vez se salvó del fuego.

Agencia de Noticias Pelota de Trapo

miércoles, enero 18, 2012

Nietos mutantes

Por no se quién (a mí me lo envío por mail un desconocido)

Todos nosotros, los que hoy nos estamos convirtiendo en abuelos, hemos crecido en un caldo de olores, melodías, nombres y colores que hicieron la Argentina de los años 50, el antes y el después. Cualquiera sea nuestra clase social, nuestro origen étnico y nuestras señas particulares, todos sabemos de qué se trata cuando mencionamos ciertas consignas:

"Piluso y Coquito... la Triple A... los Chalchaleros... Doña Petrona... El Padre Gardella... Perón... Labruna... Me cortaron las piernas... el Negro Galíndez... la bicicleta del Lobo Fischer... El Negro Brizuela Méndez... Rayuela de Julio Cortázar... El Muñeco Madurga... El Beto Alonso... Imagine de John Lennon... los rompeportones... las figuritas Starosta... las chicas que juegan al elástico... la licuadora IME... la Lettera Olivetti... los chicos Double Bubble... el almirante Rojas... Radio Carve de Montevideo... Balá, Marchesini y Locatti... las medialunas en Atalaya..."

Cada una de estas palabras nos trae imágenes de nuestra juventud.
Claro, después tuvimos hijos a los que les ocultamos prolijamente todo lo que acontecía a nuestro alrededor, del mismo modo que nuestros bisabuelos prefirieron no explicar qué tal se estaba en la tercera clase del barco que los trajo de Europa, y mucho menos por qué se vinieron. Ellos corrieron un denso manto de olvido sobre lo que pasaba en su patria.

Nosotros corrimos otro similar, disimulando las alternativas de nuestra época joven. Luego vinieron tres éxodos: el de 1976, en general de origen político, el de 1984, debido a la inflación, y el de 2001, causado por el corralito.

Al cabo de estas vicisitudes, nos encontramos con nuestros nietos, que nos dejan completamente perplejos. Son de otro planeta. De otro milenio. No tienen nada que ver con el país de nuestra infancia.

Son mutantes.

Los abuelos -todavía jóvenes, no faltaría más- nos encontramos en el partido de tenis o en la cola del banco y contamos cosas asombrosas sobre nuestros nietos. Lo decimos a veces con orgullo, otras veces con vergüenza, siempre con asombro:

1. "Mi nieto no sabe hablar en castellano, porque mi hijo/a se fue a vivir al Canadá francés, así que el pequeño Jean Pierre va al colegio en francés y tiene que aprender obligatoriamente inglés... ¿Para qué quiere más idiomas?".
2. "Mi nieto quiere ser chef".
3. "Mi nieta quiere ser boxeadora".
4. "Recibí un mail de mi nieto, dice que se casa con una buena persona... no me aclara si es varón o mujer".
5. "Mi nieto es hincha del Manchester United".
6. "Mi nieta es negra, porque mi hija se radicó en Barcelona y allí se juntó con Ahmed, que es de Senegal ".
7. "Mi nieto se pone la ropa de su mamá, se disfraza de Madonna y baila por toda la casa".
8. "Mi nieto me pidió una iguana para su cumpleaños".
9. "Mi nieta me mandó un CD, pero no sé como abrirlo".
10. "Hice un asado para mis nietos, pero me dijeron que son ovo-lacto-vegetarianos".
11. "Le regalé una pelota de fútbol, pero prefiere jugar con la Wii".
12. "Mi nieta no come en la mesa , se alimenta en su cuarto mientras chatea, con caramelos y hamburguesas".
13. "Mi nieto vive aquí, en la Argentina , pero habla de tú y de aparcar el carro o jalar de la puerta, como la tele".
14. "Mi nieta cultiva una huerta orgánica en el balcón: tiene puerros y marihuana".

Sin darnos cuenta, hemos entrado en otro planeta. Perviven algunos hábitos de la prehistoria: por ejemplo, concurrir personalmente a una cancha de fútbol para mirar un partido, o inseminar personalmente a la mujer, o aplaudir personalmente a figuras tan jurásicas como Paul Mc Cartney. Tal vez todo eso desaparezca en el futuro, en la medida en que vamos desapareciendo nosotros.

Y nuestros nietos ya no sabrán qué significan ciertas palabras, ni provocará ninguna emoción en su espíritu la aparición de sonidos u olores:

Cabral, soldado heroico... matinée, vermut y noche... Corrientes y Bouchard... los petiteros... la mokini... el diávolo...John Wayne... Odol Pregunta... las chatitas... los sueters de Ban-lon... el jarrón de Coppola... puntear y rasguear en la guitarra...el Pelente... el rotaprint... el mimeógrafo... el Gran Amadeo...Gonzalito y Bunetta... el flaco Frondizi en su departamento de la calle Beruti... Hay que pasar el invierno... la pelea de Alberto Samid con Mauro Viale... el gran viaje de Gato y Mancha... ¡Ni hablemos de Jorge Newbery, el Coronel "Toro" Villegas o la Mistinguette!

Somos prehistoria. Dinosaurios vivientes.

Sin embargo, les propongo reconfortarnos con una frase original:
"Viejo es el viento, y todavía sopla"..

martes, enero 03, 2012

Vamos a andar

En la escalinata de la Universisad de La Habana-Cuba (1985). Silvio Rodríguez junto a Santiago Feliu y AfroCuba


lunes, enero 02, 2012

Piratas y tiburones: Internet y la piratería de libros

Nota del hendrix: algunos de ustedes saben que desde hace años tengo en la red una biblioteca virtual gratuita (Biblioteca Rodolfo Walsh), con más de dos mil títulos digitalizados que envío por mail a quienes lo solicitan, sin requisito ni contraprestación ninguna. Creo en la cultura libre, e internet debe ser, a mi juicio, un vehículo para ella. No todos los escritores (que no es sinónimo de autores) coinciden con mi criterio. Algunos se preocupan mucho por sus dineros, y nos consideran "piratas" y "deshonestos". Hernán Casciari es uno de esos escritores con los que evidentemente coincidimos en priorizar la cultura por sobre el bolsillo. Esta es su nota.




La semana pasada, la exitosa escritora valenciana Lucía Etxebarría (Beatriz y los cuerpos celestes, Un milagro en equilibrio, Premio Planeta 2004) anunció su retirada indefinida del mundo literario como forma de protesta contra la piratería. Una parte del mundo editorial salió a apoyarla, pero Hernán Casciari, autor de la “blogonovela” Más respeto que soy tu madre (adaptada para el teatro por Antonio Gasalla) y editor de esa exitosa rareza que es la revista Orsai (sin publicidad y con venta anticipada) dio a conocer esta carta en la que dice a Lucía que no es para tanto y que los malos están en todos lados.

Por Hernan Casciari


El contador de suscripciones anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por hora.

Al mismo tiempo, una escritora española acaba de informar que dejará de publicar. “Dado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros”, dijo ayer Lucía Etxebarría. La prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la arropó: “Pobrecita, miren lo que Internet les está haciendo a los autores”.

A nosotros nos ocurre lo mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero les pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en Internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil.

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: “qué bueno, cuánta gente me lee”. Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: “qué espanto, cuánta gente no me compra”.

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido:

me llama por teléfono una editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando una Antología de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío que aparece en mi último libro, “un cuento que se llama tal y tal, que nos gusta mucho”.

Le digo que por supuesto, que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la autorización formal. Le digo que bueno.

A la semana me llega el mail, con un archivo adjunto:

“Estimado Hernán, te explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. El ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la siguiente dirección” (y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara).

Abro el archivo adjunto, leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.

Al cuento que me piden lo llaman “La aportación”. En la cláusula 4 dice que “el editor podrá efectuar cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)”. En la cláusula 5, ponen: “Como remuneración por la cesión de derechos de ‘La aportación’, el editor abonará al autor cien euros (¿100?) brutos, sobre la que se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan”.

Pensé en los otros autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No importa que la editorial venda dos mil libros o cien mil libros. El autor siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos así?

Esa misma tarde le respondí el mail a la editora de Alfaguara:

“Hola Laura, el cuento que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.”

La respuesta llegó unos días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:

“Hernán: entendemos esto, pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos problemas en el futuro. ¡Saludos!”

Y ya no respondí más nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?

La anécdota es esa, no es gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con Alzheimer.

–¿Me das eso? –dice el abuelito.

–Sí, abuelo, tomá.

–No, así no. Firmame este papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.

–No hace falta, abuelo, te lo doy. Es gratis.

–¡Necesito que me firmes este papel, no lo puedo aceptar gratis!

–¿Pero por qué, abuelo?

–Porque si no te cago de alguna manera, no soy feliz.

–Bueno, abuelo, otro día hablamos... Te quiero mucho.

Y de verdad lo queremos mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.

No hay que debatir con él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo. Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.

Lucía: tenés un montón de lectores. Sos una escritora con suerte. El demonio no son tus lectores; ni los que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias de la red.

No hay demonios, en realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.

Está en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.